Comentario a: La Teoría del Cáos, Leyes de lo Impredecible.
Comentario a:
La Teoría del Cáos. Leyes de lo Impredecible.
de Alberto Pérez Izquierdo*.
Luis Ignacio Hernández Iriberri.
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(20 ago 17).
El libro “La Teoría del Caos. Leyes de lo Impredecible”, es una muy buena obra de divulgación de la ciencia, en la que se explica una de las teorías físicas más controvertidas de los últimos tiempos.
Al caos como tal, al desorden absoluto, a lo amorfo, no hay ciencia que se le aplique; por definición no hay en ello regularidad ni relación causal (determinismo) posible. En el caos como tal, ni siquiera puede decirse que haya aleatoriedad por la cual sea posible la aplicación de los métodos estocásticos de la ciencia (la estadística y la probabilidad), y en él nada puede predecirse. Para el pretendido estudio del caos ni siquiera sería posible una metodología heurística, es decir, de la aplicación innovadora de métodos en un fenómeno para el cual, los métodos comunes de la ciencia no alcanzan. Y de aquí surge un primer contrasentido en la interpretación de la realidad dada en la “teoría del caos”: el que ésta consista -nos dice el autor Alberto Pérez Izquierdo- en las “leyes de lo impredecible”. ¿Cómo el caos puede tener leyes, es decir, regularidades? En tal caso, no habría dicho caos, sino algo con un comportamiento predecible. Y luego entonces, ¿cómo pueden haber “leyes -que al mismo tiempo sean- de lo impredecible”?
Todo ello se explica por una razón simple: en un descomunal sarcasmo (esa expresión en la que se hiperboliza lo opuesto a lo que en realidad es), la “teoría del caos” es, en realidad, la teoría de lo opuesto a ello: la “teoría del cosmos”, la teoría del máximo orden y armonía de la naturaleza. Se le está llamando “caos”, a lo que en realidad es la relación causal o determinística llevada a lo infinitesimal en el conjunto de variables posibles que interfieren como causa en el efecto. De ahí que autor precise el término de “caos” desde el primer momento, entendiéndolo como “teoría del caos determinista”; por lo cual no podemos entender sino una infinitesimal maraña de relaciones causales. No se trata pues, del caos verdadero del total desorden, sino del “caos” que nos representa lo producido por una infinidad de conexiones intermedias entre una aparente simple relación directa de causa-efecto.
En la interpretación de la llamada “teoría del caos”, hay, pues, una carga ideológica: ya que se vea con ojos del idealismo subjetivo, o bien con ojos del materialismo dialéctico. Y el interés contenido en esa carga es el problema esencial: en las posiciones del idealismo subjetivo, va el cuestionar, el poner en entredicho, uno de los fundamentos principales de la ciencia, el determinismo, la causalidad, vulnerando así el fundamento científico mismo. Por lo contrario, en las posiciones del materialismo dialectico, el interés al esclarecer el verdadero sentido de la teoría del “caos”, es corroborar la inamovilidad o inalterabilidad de ese fundamento de la ciencia y, en consecuencia, la fortaleza de la ciencia y el pensamiento científico mismos. Es, pues, la versión contemporánea de la lucha entre el pensamiento ilustrado y e oscurantismo.
Nos parece, a primera vista, que el autor, Alberto Pérez Izquierdo, catedrático de electromagnetismo en la Universidad de Sevilla, aplica el viejo principio del Solvuntur Objecciones; es decir, de “poner por delante las objeciones” haciendo ver indirectamente que eso es lo correcto, y luego con salvedades una tras otra, no obstante, pareciera compartir la idea del caos como un hecho real.
Comienza así en su Introducción, su exposición con un ejemplo (los eclipses) de la mecánica clásica (s.XVIII), eminentemente de un determinismo absoluto, por el cual es posible predecir con precisión los acontecimientos. Luego explica que con Boltzmann (1844-1904), el creador de la teoría cinética de los gases, “el determinismo absoluto dentro de la física empezó a ser cuestionado”[1]; y aquí es donde comienzan los asuntos de interpretación. Para Pérez izquierdo, el que Boltzmann haya introducido la probabilidad en el estudio de la cinética de los gases, le parece un cuestionamiento al determinismo; más, lo que está ocurriendo ahí, no es ningún cuestionamiento, pues Boltzmann no critica y descarta por “falso” el análisis determinista en el estudio del comportamiento molecular de los gases en un recipiente; sino, simplemente que, ante el fenómeno molecular tan masivo, sin que deje de haber en él la relación causal mecánica, para su estudio de conjunto, introdujo los procedimientos estocásticos (la probabilidad y estadística). Es decir, sólo aplicó, dentro del mismo método de la ciencia, incluso en el supuesto determinista, otro procedimiento metodológico.
Y Pérez Izquierdo hace una primera salvedad: “aunque estos choques (mleculares) siguieran una dinámica estrictamente determinista, la descripción global de un cuerpo macroscópico no dependía del movimiento detallado de sus moléculas, sino de sus promedios estadísticos sobre un gran número de ellas”[2].
Luego insiste en que “el determinismo sufrió una revisión más profunda con el advenimiento de la mecánica cuántica y, en particular, el principio de incertidumbre de Heisemberg”[3], por el cual, dice éste, de una partícula en movimiento no pueden conocerse simultáneamente su posición y su trayectoria. Si se detiene la partícula para determinar su posición, se pierde la determinación de su trayectoria; si se define la trayectoria, no es posible definir su posición. Es decir, en función de una cosa, se hace incierta la otra. Nada de grave hay en ello. En tanto que todo está en movimiento, para poder estudiarlo, tenemos que detenerlo sacrificando la comprensión del movimiento mismo, y viceversa. Esto es que, en una relación funcional, rige siempre el principio de incertidumbre sobre uno de los elementos. Pero el idealismo subjetivo, en su afán de vulnerar la ciencia y su fundamento determinista o de causalidad, quiere ver en el principio de incertidumbre “una revisión profunda” de la objetividad del determinismo, y nada más falso.
Ciertamente, no obstante, eso que Pérez Izquierdo ha llamado “determinismo absoluto”, corresponde a la teoría causal en el mecanicismo (propio del s.XVIII), por el que se interpreta erróneamente que el Universo funcionaba como un mecanismo de relojería en todos sus fenómenos. Esta limitación del mecanicismo fue vislumbrada, dice Pérez Izquierdo, por primer a vez, por el matemático Henri Poincaré (1854-1912), quien estudió el problema de la atracción gravitatoria simultánea de tres cuerpos, encontrando que las afectaciones mutuas, hacían variar con el tiempo sus órbitas de gravitación, aparentemente estables, en una “trayectoria caótica” o “aleatoria”, y Pérez Izquierdo agrega al hecho el que así, aún “la mecánica clásica podía no ser tan determinista”[4]. Pero el problema está, aquí, en que: 1) Pérez Izquierdo sólo se está refiriendo al determinismo mecanicista, y nada dice acerca del determinismo dialéctico; 2) la aleatoriedad, estadísticamente, sólo es una variable que puede tener cualquier valor, y ello no se contrapone al determinismo; y, 3) la aleatoriedad constituye un universo de valores perfectamente determinado, y su azar, nada tiene qué ver con el caos, entendido como el desorden absoluto.
Otra vez, desde un punto de vista idealista subjetivo, la relación causa-efecto se quiere ver de forma simple, unilateral, y ahí donde la relación causal se hace compleja, multilateral, hablan de falseamiento del determinismo y, por lo tanto, de “caos” (como desorden pleno).
Pero Pérez Izquierdo hace nuevamente una salvedad, por la cual, el caos no debemos entenderlo como ese desorden indeterminista absoluto, sino que, de lo que se habla, es de un “caos determinista”. “El caos determinista -apunto Pérez Izquierdo- se presenta cuando un sistema sometido a leyes o reglas perfectamente determinadas se comporta de manera errática y, aparentemente, aleatoria”[5], atribuyendo a Edward Lorenz (1917-2008), el ser el primero en desarrollar un sistema “caótico determinista” en un modelo experimental controlado por tres variables**; en él hay un ciclo repetitivo, predecible en general, pero impredecible en sus sucesivas trayectorias particulares.
De ahí es que Pérez Izquierdo apunta: “bastan, de hecho, sólo tres variables para que el caos sea posible”[6]. Es decir, que, deliberadamente, se está haciendo confusión entre el caos y la aleatoriedad (entre el desorden absoluto incontrolable y el arreglo estadístico y probabilístico del azar aleatorio de variables controladas).
En consecuencia, puede decirse que una situación de complejidad dada por la cantidad o cualidad de variables (aún siendo éstas pocas), como a la impredecibilidad dadas esas variables, a su vez, alterándose en el tiempo, es a lo que, por una absurda e incorrecta identidad (de la que, por lo demás, se está consciente de ello), se le denomina “caos determinista”; y Pérez Izquierdo, para terminar la Introducción a su trabajo, hace una salvedad más para tratar de justificar el absurdo evidente: “La expresión caos determinista es, en cierta forma, una contradicción en sí misma, pero ilustra un tipo de comportamiento muy atractivo, equidistante del caos absoluto y del determinismo absoluto”[7].
Este es pues, por decirlo así, “a troche y moche”, cómo el idealismo subjetivo justifica y resuelve sus contradicciones. Pérez Izquierdo nunca diferencia el determinismo absoluto mecanicista del siglo XVIII, del determinismo relativista dialéctico contemporáneo, en el que es posible no sólo la causalidad y aleatoriedad, sino el salto en el desarrollo.
La teoría del “caos”, convencionalmente para el idealismo subjetivo, es pues, básicamente, una situación de impredictibilidad (o imprevisibilidad) en el comportamiento aleatorio de un fenómeno, dada la cantidad o cualidad de sus variables, no obstante, sean conocidas sus causas generales. La teoría del “caos”, es de un “caos” que no es tal, sino sólo un fenómeno complejo de la armonía de la naturaleza.
Así, en el determinismo dialéctico, el Universo no funciona como un mecanismo de relojería (y en donde lo que se sale de ese patrón es calificado de caótico), sino donde, precisamente la aleatoriedad en forma de transformaciones cuantitativas en cualitativas, describen la naturaleza de un salto en el desarrollo. La parte cualitativa de un sistema, se refiere a las condiciones estables y visibles o perceptibles del mismo; en consecuencia, la parte cuantitativa del mismo, se refiere a sus propiedades no del todo perceptibles e inestables, cambiantes. Tomando un árbol como ejemplo de ese sistema, su parte o momento cualitativo, estable, se refiere a su estructura perceptible; el tronco, las ramas, su follaje, incluso a las características de rugosidad o no de su tronco, a la simetría o no de su enramada, o a la forma de sus hojas y su distribución. Pero la parte o momento cuantitativo, inestable, se refiere en él a la parte no visible o perceptible: la razón de ser de su tipo de tronco en una u otra forma; la causa del tipo de enramada, como de sus hojas, o la velocidad de su crecimiento; hasta el fenómeno de su transpiración y medidas de absorción de bióxido de carbono y expulsión de oxígeno en el proceso fotosintético. Cambios paulatinos casuales y aleatorios, por causas dadas en lo infinitesimal, determinan un cambio en las condiciones cualitativas; se producirá entonces un salto en su desarrollo.
En el modelo de la microatmósfera del experimento de Lorenz, lo cualitativo se refiere a lo que él llama la “sensibilidad a las condiciones iniciales”; el recipiente, el agua, y las variables medidas. En dicho modelo, en un momento dado, se inicia el “caos”, es decir, expresado en forma adecuada, debemos decir, se inicia la aleatoriedad del sistema. Ello queda dado ahora por lo cuantitativo del sistema; los valores del calentamiento, no del todo uniforme ya por diferencias en la fuente de calor, ya por diferencias en la estructura molecular del recipiente, etc; el flujo del agua en la columna ascendente en el comportamiento aleatorio medido por valores estadísticos y probabilísticos de las moléculas; y la generación de pequeños torbellinos y volutas que atemperan el flujo; los valores del enfriamiento diferenciado en el reciclamiento del agua dadas las deferencias de temperatura en su superficie y el volumen superior del recipiente; en fin, por un conjunto de propiedades cambiantes, incluso en el tiempo, que paulatinamente van a llevar a un cambio cualitativo del sistema, en lo que se denomina como un salto en el desarrollo del mismo.
Visto así, en el contexto de un determinismo dialéctico (relativo, es decir, en relación con una causalidad de transformaciones cuantitativas en cualitativas), entonces podemos cuestionar sobre: qué tiene, pues, de caótico un sistema cualquiera que este fuese, que no sea un “caos” entendido como expresión popular, ante una maraña infinitesimal de causas a considerar. Materialista dialécticamente, no existe tal caos como desorden absoluto; por lo contrario, lo que se despliega a nuestra vista, son las armónicas transformaciones de la naturaleza, de su cantidad en su cualidad.
Pero visto más en su esencia aún, el materialismo dialéctico, a su vez, establece el vínculo entre aquello que ocurre de manera necesaria en la naturaleza (predecible y que no puede no-ocurrir), y aquello que ocurre de manera casual (impredecible, y que puede ocurrir o no). La dialéctica de las categorías de la necesidad y la causalidad, son expresión de la relación entre los diversos fenómenos y su esencia en su condición necesaria determinista y predecible; y, a su vez, en sus singularidades e inconexión, son no esenciales o casuales, de una aleatoriedad impredecible. Mientras lo necesario corresponde a la esencia de un fenómeno, lo casual o no-esencial, corresponde a la influencia que sobre de un fenómeno, pueden ejercer o no otros fenómenos.
El idealismo subjetivo, al no poder resolver esta contradicción entre lo necesario y lo casual como dos momentos de un mismo hecho de la realidad, en donde lo causal expresa las transformaciones de lo necesario, tanto como lo necesario condensa los hechos de la casualidad; al desvincular metafísicamente ambas categorías, no puede por más, que presentar un mundo de absolutos, en donde todo lo necesario está determinado y es predecible; pero, a la vez, en donde todo lo no-esencial o casual, impredecible por ello mismo, pertenece, para ellos, al mundo del caos, del desorden real, más allá de una dada cantidad de variables o de un comportamiento aleatorio, de un “caos” entendido como una enorme maraña de casualidades o de un “extraño” comportamiento aleatorio.
La teoría del caos en el pensamiento idealista subjetivo, pretende ser argumento en contra de la ciencia; pero dicho supuesto “caos” como el mundo de la casualidad, es corroboración materialista dialéctica del orden y armonía infinita de la naturaleza.
* Pérez Izquierdo, Alberto; Teoría del Caos. Leyes de lo Impredecible; Editorial RBA, Colección “Un Paseo por el Cosmos; España, 2015.
[1] Op. Cit. p.8.
[2] Op. Cit. p.8.
[3] Op. Cit. p.8 (subrayado nuestro).
[4] Op. Cit. p.8.
[5] Op. Cit. p.9.
** Control técnicamente denominado por él como “sensible a las condiciones iniciales”. En donde el agua calentada en un recipiente queda controlada por tres variables: 1) velocidad ascendente y descendente del agua; 2) diferencia de temperatura entre las columnas de ascenso y descenso; y, 3) el gradiente de temperatura. El agua asciende en una columna central (sentido positivo), y luego desciende hacia los lados (sentido negativo), volviendo al estado inicial, pero variando con el tiempo sin poderse predecir tales variaciones. Este vuelco del agua en una dirección y en la opuesta en forma simétrica, al graficarse, describe dos figuras elípticas simétricas amanera de las alas de una mariposa, denominada por ello por Lorenz como “Efecto Mariposa”.
[6] Op. Cit. p.10.
[7] Op. Cit. p.12.