Una Teoría Pedagógica Fundamentada en el Materialismo Dialéctico

15.07.2019 16:32

Una Teoría Pedagógica

Fundamentada en el Materialismo Dialéctico*

Luis Ignacio Hernández Iriberri**.

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                                 La educación de un pueblo, responsabilidad del Estado, es, por definición, el “asunto del pueblo” de la mayor trascendencia (en su etimología original en latín; la res publis, la “cosa del pueblo”; y de donde, en la conjunción de sus términos: la “república”), o asunto de la mayor proyección a futuro de un régimen dado.

 

                                 En la esencialidad de la aplicación del método de la filosofía dialéctico materialista: el movimiento de las contradicciones en el análisis concreto (en los hechos), de la situación concreta (la correlación de esas contradicciones), bajo la contradicción histórica principal dada por una sociedad dividida entre los despojados de todo, el proletariado; y los que se han apropiado de todo en forma de capital, la burguesía, hay, en nuestra situación concreta la contradicción particular formada en la lucha de poder entre las dos facciones tradicionales de la burguesía; la burguesía democrática y popular nacionalista hoy en el poder; y la burguesía de las élites aristocratizadas y proimperialistas del gran capital; ambas, en su naturaleza, profundamente conservadoras.

 

                                 Hoy, la burguesía democrática popular nacionalista en el poder, está, dialéctica y necesariamente, obligada a negarse a sí misma y tender a convertirse en su contrario, el proletariado, si la transformación progresista que pareciera proponer, realmente ha de ser.  A seis meses de gobierno, si bien pareciera poco tiempo, la claridad de los hechos dados, son suficientes para empezar a ver un gobierno de “falsa bandera” juarista, cuya “4t” está siendo una contrarreforma que nos devuelve al clericalismo (a la influencia social del clero) decimonónico, y a no mucho esa influencia pudiera convertirse en una franca clericatura (el poder político del clero) de tipo virreinal.

 

                                 Independientemente de ello, dada la simple contradicción histórica principal, la lucha proletaria por una educación formadora en la ciencia y la técnica, como en la conciencia social y política con fundamentos en la dialéctica materialista, es una condición de necesidad, pero más aún lo es, cuando la lucha por la ciencia y el pensamiento progresista no sólo ha de enfrentar el predominio de los intereses del capital en la formación del individuo, sino, ahora, nuevamente, como en el siglo XIX, ha de enfrentar las influencias religiosas metafísicas, acientíficas, de un clero inmiscuido en la vida civil de la sociedad.  Y bajo las condiciones del momento histórico que se viven internacionalmente, así como dadas las aterradoras declaraciones de un reciente informe de la ONU sobre las proyecciones de la vida sobre la Tierra, esa educación formadora en la ciencia y el pensamiento progresista con fundamentos en la teoría del conocimiento dialéctica materialista, es ya condición ineludible.

 

                                 Desde el origen del Estado moderno en México con el gobierno de Benito Juárez a la restauración de la República en 1867, los fundamentos de la nueva educación republicana se dieron en la filosofía del positivismo de Augusto Comte, predominante a lo largo del siglo XIX, sustento de la teoría pedagógica de igual denominación, la teoría pedagógica positivista, que operó en México hasta 1912.  Los principios esenciales del positivismo consisten en que se considera a la ciencia como el conocimiento empirista expuesto en una descripción, tanto más científica, cuanto más exhaustiva, y sistematizada en forma enciclopedista.  Esa filosofía evolucionó en tres etapas: 1) el positivismo clásico de Comte o “primer positivismo”; 2) el empiriocriticismo, de Avenarius y Mach o “segundo positivismo”; y, 3) el llamado “neopositivismo”, en varios sistemas, o “tercer positivismo”, filosóficamente influyentes en su conjunto hasta los años sesenta del siglo pasado; dándose bajo esa influencia luego del positivismo clásico, precisamente, las teorías pedagógicas del primer conductismo, de Watson; luego la teoría pedagógica del segundo conductismo o skinneriano; hasta fines de los años sesenta en que todo el sistema educativo entró en crisis, produciéndose la reforma educativa de los años setenta en donde el Estado, durante esa década, ensaya simultáneamente con teorías pedagógicas dadas sobre nuevos fundamentos filosóficos, principalmente en educación básica y el programa del “Colegio de Ciencias y Humanidades” (CCH, UNAM), recién creado, con la teoría pedagógica estructuralista o estructural-funcionalista, del sistema filosófico del mismo nombre de Pierce y Merton; y la teoría pedagógica del pragmatismo de Dewey, de igual filosofía, en el programa de los recién fundados “Colegio de Bachilleres” (CB) y “Colegio Nacional de Estudios Profesionales” (CONALEP).  Luego, a principios de los años ochenta, una nueva reforma educativa instituye la teoría pedagógica constructivista, en cuyos fundamentos filosóficos están las raíces dadas en la filosofía del racionalismo cartesiano, y del empirismo “criticista” (trascendental) del kantismo, que recién ha durado hasta nuestros días.

 

                                 Así, todas las teorías pedagógicas impulsadas por el Estado en México, han tenido un fundamento filosófico en las teorías del conocimiento (gnoseologías, en términos materialistas; o epistemologías, en términos idealistas), de sistemas del idealismo filosófico, cuyo principio (excepción hecha del positivismo clásico de un objetivismo fenomenológico), es esencialmente el principio del subjetivismo; esto es, el que, en oposición al principio objetivista por el que la realidad existe independientemente de nuestras ideas y voluntad; en el principio del subjetivismo la realidad está en dependencia de las ideas o voluntad del sujeto.

 

                                 Para el año 2000 en que empezó a aplicarse en México el “Programa Internacional de Evaluación de Alumnos” (PISA), por parte de la “Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico” (OCDE), los resultados de más de un siglo de educación bajo esas teorías pedagógicas idealistas fundadas en el principio de la subjetividad, comenzaron, bajo medición, a hacerse evidentes.  El responsable de ello, contra lo que se juzgó cínicamente por el propio Estado durante los gobiernos de entonces, incluso hasta el sexenio neoliberal anterior al presente, no ha sido el docente, sujeto a la normatividad del Estado, sino, en consecuencia, la responsabilidad no puede ser sino del Estado mismo; en la descomunal paradoja de que todas esas teorías pedagógicas fueron diseñadas, una tras otra sistemáticamente, precisamente para que, con el disfraz de “educación científica”, el resultado fuese el obtenido: un sujeto “analfabeta funcional”, mano de obra mínimamente capacitada, pero en lo esencial, ignorante y barata, al servicio de los interese del capital “tercermundista” mexicano, cuya economía se basa en más de un 90% en la llamada microempresa, incluso en su mayoría informal, de un capitalismo subdesarrollado y dependiente.

 

                                 Con la teoría pedagógica del positivismo clásico se buscó la formación de un proletariado alfabetizado y técnicamente productivo de acuerdo a las necesidades de una economía capitalista emergente, luego, a partir de los años cuarenta con el conductismo, se buscó mediante la educación, las formas de control de la conducta del proletariado para atenuar su naturaleza revolucionaria; fracasado todo ello, en los años setenta se enfrentan los programas estructuralista, cuya teoría pedagógica buscaba la formación de un sujeto culto con mayores capacidades de pensamiento analítico acorde con las necesidades de un capitalismo más avanzado, y pragmático, cuya teoría pedagógica buscaba la formación de un sujeto tecnicista y culturalmente mediatizado, al servicio de un capitalismo subdesarrollado y mediocre.

 

                                 Hemos vivido, de un año a la fecha, un cambio de régimen de gobierno en el que, de satisfacerse antes exclusivamente los intereses del capital, ahora se pretende centrar la atención en la satisfacción de los intereses sociales, rezagados por décadas, en la propuesta de una transformación republicana, y en donde ese “asunto del pueblo” esencial que es la educación, está aún por definirse.

 

                                 No se ha roto con el orden capitalista, pero la contradicción radica en que el capital está ya en el límite, buscándose internacionalmente incluso, un nuevo orden económico mundial, y ello, como en otros momentos históricos, no puede sino determinar el nuevo programa educativo; donde el momento histórico actual reclama ya de una formación educativa popular universal y plenamente culta y científica, y, por lo tanto, con claros fundamentos en la filosofía materialista dialéctica en una teoría pedagógica, como se le denomine ( y aquí se ha fraguado la “teoría del educador popular”), que responda a los intereses amplios, más avanzados y progresistas de la sociedad (del laicismo más pleno y del pensamiento científico-técnico más avanzado).  Ahora, bajo la filosofía del materialismo dialéctico, la formación educativa del proletariado que se busca, es la de un sujeto capaz de conocer la realidad en su objetividad, causas y esencialidad, a fin de transformarla en su sentido más racional, luchando por una sociedad cada vez más ética, justa e igualitaria.

 

                                 La actual transformación de la República, denominada así, con iniciales mayúsculas y con todas sus letras, la “Cuarta Transformación de la República”, luego de seis meses de gobierno que empiezan por una candidatura a la presidencia que “se arrodilla ahí donde se arrodilla el pueblo” (cuando, como dice Ricardo Flores Magón, de lo que se trata es de enseñarle a ese pueblo a morir antes que vivir arrodillado); que en un “Te Deum” virreinal frente al atrio de la Catedral, de sincretismo religioso de los pueblos originarios y cristiano, celebró la Toma de Posesión (cuando el mensaje debió ser un claro laicismo juarista); que empezó a mostrar un presidente cual predicador de plaza (con una identidad ideológico-religiosa conservadora con el pueblo, cuando lo necesario era, por lo menos, una identidad ideológico-liberal progresista; si no es que, en el mejor de los casos, una identidad ideológico-proletaria); que cedió el Palacio de Bellas Artes cual “Catedral de la religión <<La Luz del Mundo>>” (cuando dicho recinto se debió “deselitizar” y abrir a la cultura de las masas por las artes, por lo contrario, se abrió al culto religioso); que, finalmente, modificando la ley laicista otorga una primera concesión de radio y televisión por treinta años a una agrupación religiosa, y ya no podrá negar la concesión a siete mil agrupaciones más (cuando, en una pretendida transformación juarista, se debió exigir más limitaciones al clero); ahora esa transformación, ciertamente, no puede ser sino como la manera “agringada” y frívola en que los medios de comunicación conservadores se refieren a ella, como una “4t” (así, lo que ridículamente eso sea), pero que no puede ser más que, bajo “falsa bandera”, una contrarreforma juarista al momento que abre una influencia social clericalista, y que a no mucho se transformará –y esto está siendo la real “4t”-en una clericatura de vida social de poder religioso.  Esto son los hechos, cuando se esperaba otra cosa; y entonces, ello está determinando profundamente el sentido de la nueva educación: la necesidad inaplazable de una educación formadora en la ciencia y la técnica, como en la consciencia social y política en los fundamentos filosóficos de la dialéctica materialista.

 

 


*        Ponencia para el “Diplomado de Educación Alternativa”, convocado por el Comité Ejecutivo Nacional Democrático (CEND-SNTE); Facultad de Economía, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (UMSNH), Morelia, Mich; 10-12 julio, 2019.

**      Editor de la revista electrónica de geografía teórica: https://dimensionalidad.webnode.mx/.  Geógrafo, con estudios de posgrado en su especialidad, egresado de la UNAM; con Maestría en Educación Superior; y estudios de Doctorado en Filosofía por el Centro de Investigación y Docencia del Estado de Morelos (CIDHEM).