Reflexiones Político-Sociales; Enero 2019

29.01.2019 15:45

Reflexiones Político-Sociales; enero 2019.

Luis Ignacio Hernández Iriberri.

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                                 Para el mes de enero de 2019, lo que a nuestra vista se presenta en el escenario político-social, es: en lo económico, las señales del fin de la Era del Petróleo; y en lo político, el futuro inmediato de América Latina.  Varias automotrices declaran ya lo incosteable de la fabricación de automóviles, no sólo de gasolina, sino incluso híbridos gas/eléctricos, y, por otra parte, se hace evidente, a nivel internacional, la necesidad de la conversión energética.  Ello se ha revelado aún más con el conflicto del robo de gasolina a nivel internacional (con los riesgos ya vistos del accidente de Hidalgo el 17 de enero).

 

                                 Con ello se ha creado una deficiencia en el abasto obligando al racionamiento, mostrando la realidad ante la falta de producción de gasolinas aquí, y la vulnerabilidad en su adquisición en el extranjero, haciéndose ya incosteable el satisfacer una u otra cosa, frente a la accesibilidad de la energía fotovoltaica.

 

                                 Esta situación de carácter económico, plantea la necesidad del análisis de la situación política contemporánea en tres niveles: mundial, en América Latina, y en México.  Dicha contemporaneidad la ubicamos de fines de la II Guerra Mundial a nuestros días; digamos en general, dividida en dos momentos históricos: visto en general, el periodo de los 40 años de la Guerra Fría (1950-1990); y, 2) el periodo de los casi 30 años de posguerra.  Caracteriza a la Guerra Fría su ambiente de estrategias político-militares imperialistas, de “represalia masiva” y “reacción flexible” (años 50-60), como de “disuasión realista” (años 70-80), radicalizada con la estrategia de “enfrentamiento directo” (años 80-90); con las políticas capitalista burguesas del golpismo de Estado y del endeudamiento económico, que tuvieron como respuesta los movimientos democrático populares (de alianza de la burguesía democrática progresista y nacionalista, con el movimiento popular), de Cuba de 1958, que a la resistencia de la reacción y el conservadurismo proimperialista se radicaliza con la revolución socialista en 1962; de Chile, en 1971, que en medio de la impostura democrátista liberal burguesa representativa, la reacción reprime en el golpe de Estado de 1973; y de Nicaragua, en una revolución armada durante los años setenta, que culmina en 1979 con el triunfo del “Frente Sandinista de Liberación Nacional” (FSLN), en alianza con fuerzas democráticas liberales, formando una Junta de Gobierno, pero que, debido a esa alianza, no va más allá hacia la revolución democrática popular, y se limita a las formas de la democracia liberal burguesa representativa perdiendo electoralmente el poder poco después; y, finalmente, de El Salvador, con la insurrección organizada por el “Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional” (FMLN), en alianza con una Junta Militar reformista, que limita la revolución a la democracia liberal burguesa.

 

                                 Por otra parte, en un segundo momento, caracteriza a la Posguerra Fría su ambiente de estrategias político-militares imperialistas “antiterroristas”, de “lucha contra el Eje del Mal” de los primeros años dos mil, y luego de la “guerra preventiva” que dura hasta nuestros días en el 2019, con un férreo control económico-comercial, pero con la respuesta de los movimientos democrático populares en la lucha electoral de la misma democracia liberal burguesa representativa, en una amplia diversidad de países en América Latina, con Argentina (desde 1989 y luego en 2003), con Saúl Menem; Venezuela (1998), con Hugo Chávez; Chile (2000), con Ricardo Lagos; Brasil (2002), con Da Silva; Uruguay (2004), con Tabaré Vázquez; Bolivia (2006, con Evo Morales; Ecuador (2006), con Rafael Correa; y Nicaragua (2009), con Daniel Ortega; a los que se ha sumado México al triunfo electoral de 2018, luego de más de dos décadas de lucha aquí, aun cuando, precisamente, a la vez que esos movimientos democrático populares en América Latina han venido siendo replegados por los triunfos electorales de la reacción en Argentina, Brasil, Chile y Ecuador, dirimiéndose el poder en estos momentos (a partir del 23 de enero) en Venezuela, con la insurrección apoyada por los Estados Unidos; y sosteniéndose con dificultades Bolivia y Nicaragua.

 

                                 Mas, si nos centramos en el momento histórico más reciente, el periodo “antiterrorista” de las políticas militares imperiales, está pesando ahora nuevamente una vuelta al proteccionismo y con ello a las políticas de regulación económica, propiciando un aparente fin del neoliberalismo.

 

 

                                 Así, la clave para entender la situación más actual (la década de 2008 al presente), está precisamente en esa expresión del “aparente fin del neoliberalismo”, que sólo es un “cambio para no cambiar”, de la resistencia de lo viejo para tener que irse, y de la incapacidad de lo nuevo para acabar de establecerse.

 

                                 El neoliberalismo (la continuidad del liberalismo económico del siglo XIX, de un capitalismo monopolista privado de libe competencia, luego interrumpido por la crisis económica de 1929 durante cincuenta años bajo economía regulada, hasta 1982), es el capitalismo monopolista de Estado, es decir, el control de la economía por los monopolios, a través del Estado, hasta prácticamente el apoderamiento del mismo por esos monopolios financieros (bancario-industriales-comerciales).  Dada la crisis de 1929, el capitalismo monopolista privado (el “capitalismo salvaje”), es suplido por el capitalismo monopolista de Estado que adoptó la forma del modelo económico keynesiano o de economía mixta o regulada, con la idea de controlar el “capitalismo salvaje” y las crisis económicas.  Sin embargo se interpuso la gran crisis política-económica de la II Guerra Mundial que impidió una vuelta al capital de libre competencia con un nuevo repliegue del Estado, y luego la serie de crisis económicas de la Guerra Fría (1954, 1960 en medio de la Revolución Cubana y la crisis de los misiles, 1966, 1970 y 1976 la crisis del petróleo, y luego las de 1982 y 1988), hasta que, viendo que tales crisis económicas no se podían controlar, ya desde 1982 cambió de estrategia, volviendo al capitalismo monopolista privado a manera de un nuevo liberalismo o neoliberalismo, sorteando ya bajo esta nueva etapa las crisis económicas de 1988, 1994, 1997, 2000, 2004 y la gran crisis de 2008.  A partir de ahí, dada la naturaleza extrema de esas últimas crisis y la parálisis del mercado (tanto interno como externo), más la recesión a partir de 2012, se llegó al límite de las capacidades del capitalismo (de la economía de mercado), y con ello al cuestionamiento de los Tratados de Libre Comercio, obligándose, como en 1930, ahora a un “neokeynesianismo” con la vuelta a la intervención proteccionista del Estado, pudiendo entenderse sin dificultad, entonces, el por qué del aparente fin del neoliberalismo.

 

                                 El problema de esencia es que, tras la crisis económica de 1929, el capital tenía aún mucho margen de recuperación económica con el desarrollo de su capacidad productiva y de consumo tanto de su mercado interno, como, totalmente de su mercado externo.  Pero la era de los tratados de libre comercio  (1884), de la OMC (1995), y del viraje de China (1996) a la economía de mercado, veinte años después, para el 2014, se llegó a un punto de saturación del mercado en que, dada la recesión por la sobreproducción, se perdió la capacidad adquisitiva, y dada ésta, la posibilidad de consumo, obligando a una continuidad y mayor recesión, cerrando el ciclo en un círculo vicioso dando lugar, prácticamente, a un estado de crisis económica permanente a nivel mundial.

 

  

 

                                 Finalmente, el movimiento populista en México, arriba en el momento histórico de un cambio en las determinaciones económicas a una economía regulada que le favorece por definición.  El objetivo de un estado de derecho, sin corrupción ni impunidad, es lo que se sintetiza en el momento la lucha por la democracia popular; lo que a la vez obstruye toda democracia, así sea la misma democracia liberal burguesa, es la reacción conservadora-imperial en América Latina, que ha venido replegando los alcances del movimiento democrático popular. 

 

                                 La administración de AMLO, a nuestro juicio, se ve inmersa en la errónea obstinación de un “capitalismo bueno” ante la imposibilidad de solución a una economía de mercado, y el absurdo de pretender de una industria petrolera cuya era ya terminó, debiendo dirigirse la inversión, más bien, a los campos de captación de energía solar.