La Consistencia Lógica de la Teoría Marxista en la Crítica al “Criticismo en Crisis”.

05.02.2019 14:12

La Consistencia Lógica de la Teoría Marxista

en la Crítica al “Criticismo en Crisis”.

Luis Ignacio Hernández Iriberri.

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(27 ene 19)

 

                                 Por “teoría marxista”, lo que se entiende, definido por el principal de los exponentes de Marx luego de Engels, V.I. Ulianov, Lenin, es ese pensamiento que integra tres campos de conocimientos, a saber, dice Lenin: la filosofía materialista dialéctica, la economía política, y el socialismo científico.  Para Lenin mismo, incluso, como lo hace ver en su obra Materialismo y Empirocriticismo, 1909, eso que se denomina como “materialismo histórico”, no es en realidad más que la aplicación de materialismo dialéctico a los estudios de la economía política y el socialismo; aplicación filosófica por la que, en un caso, se consuma la obra de Marx, El Capital, 1867; y en el otro, se desarrolla la teoría del comunismo.  Por su parte, Engels trató de desarrollar otras aplicaciones del materialismo dialéctico, como fue el caso de su Dialéctica de la Naturaleza (1873-1876), inconclusa; y en su obra antropológica, El Origen de la Familia la Propiedad Privada y el Estado, 1884.  Por esta razón, la teoría marxista puede sintetizarse en la idea de sus fundamentos filosóficos dialéctico materialistas como su esencia.

 

                                 La teoría marxista, como toda teoría científica, se rige sobre la base de ciertos postulados (premisas o principios), que son su fundamento, a partir de los cuales, y sólo a partir de los cuales, se elabora un desarrollo lógicamente consistente.  Esos postulados fundamentales por los cuales una teoría, y toda teoría científica, y en este caso la teoría marxista, es lo que es; o dicho inversamente, sin los cuales, omitidos, alterados o cambiados, esa teoría deja de ser lo que es y se convierte en otra.  Así, Lenin, en su síntesis de la teoría marxista, expuso en sus “Cuadernos Filosóficos” (1914-1916), esa formalidad teórica estableciendo dichos postulados en: 1) la materialidad, por la cual se entiende la realidad formada de todo cuanto nos rodea y nosotros mismos, y que no hay ningún “mundo del espíritu” fuera de él que se pretenda igualmente real; 2) la objetividad, como el reflejo objetivo de la realidad objetiva, lo cual significa que dicho reflejo objetivo como el pensamiento en su naturaleza subjetiva, debe apegarse a lo que la realidad es, independientemente de los deseos o voluntad, esencial en la determinación del conocimiento verdadero; ello se contrapone al subjetivismo, éste como la interpretación arbitraria de la realidad, que relativiza el conocimiento verdadero; 3) el movimiento, con lo cual se establece que la forma natural de ser o materialidad del mundo, es el movimiento; 4) el desarrollo, por el cual la teoría marxista entiende que todo en el Universo está en permanente movimiento, que el movimiento es su estado natural, y en transformación, en cambios de estados cualitativos a cuantitativos; y 5) la relación universal, fundamento por el cual se entiende que todo el Universo está en conexión y relación, donde la dialéctica materialista estudia precisamente esas relaciones más generales y esenciales del mundo objetivo, siendo el fundamento esencial de la investigación científica.  La consistencia lógica de una teoría se da en que cada tesis establecida en ella, se deriva o deduce lógicamente desde los postulados de dicha teoría.

 

                                 Como ejemplo, imaginemos la teoría física aristotélica, en la que se postula que: 1) el espacio es la superficie de los cuerpos; 2) los cuerpos están estáticos hasta que una fuerza exterior los pone en movimiento; y, 3) el movimiento de los cuerpos es mayor en proporción a su peso; de ahí la famosa tesis de que un cuerpo más pesado cae más rápidamente que otro más ligero.  Ser un aristotélico consecuente, implicaba apegarse con consistencia lógica a esos postulados; pero cuando Galileo puso en entredicho ese tercer postulado y demostró la falsedad de la tesis implicada, éste no destruyó a Aristóteles, sino lo superó sobre la base de las ideas de Aristóteles mismo; Galileo dejó de ser aristotélico, y creó la nueva teoría galileana de la mecánica.

 

                                 Evidentemente, si Galileo hubiese pretendido seguir diciéndose “aristotélico” para conservar en él el prestigio de Aristóteles, o si se hubiese dicho a sí mismo “neoaristotélico”, o “aristotélico crítico” o “aristotélico posmedieval”, ello hubiese sido una aberración y un absurdo en el que se pretendería ser lo mismo que a la vez se demuestra falso y se negaba.

 

                                 Otro ejemplo que podemos referir es el de la teoría evolucionista de los “caracteres adquiridos” de Lamarck (1744-1809), que en su “Filosofía Zoológica”, de 1809, postula que: 1) el ambiente modifica la estructura de las plantas y animales; 2) los cambios se producen por el uso y desuso; y, 3) los caracteres adquiridos se trasmiten a los descendientes.  Un lamarckiano consecuente, que desarrolló las ideas de Lamarck siendo lógicamente consistente con los postulados de éste, fue, un siglo después, Lisenko; pero más allá de él, la teoría de la evolución de Lamarck no fue aceptada.  Y un rompimiento con los postulados de Lamarck; no destruyendo ni transformado a Lamarck ad hoc para “desarrollarlo”, sino superándolo a partir de sus propias ideas, fue dado justo cincuenta años después por Carlos Darwin (1809-1882), quien publicó su “Origen de las Especies”, en 1859, en la que establecía la “teoría de la evolución por selección natural”, sobre los nuevos postulados evolucionistas de: 1) las especies evolucionan de manera natural; 2) la evolución se da por selección natural; y, 3) la selección natural es resultado de la lucha entre las especies.

 

                                 Resultaría un absurdo total el que Darwin, respetando el concepto general de evolución, se dijera a sí mismo lamarckiano, cuando ha rechazado los postulados de éste y establecía los propios para una teoría evolucionista distinta; para qué decirse Darwin a sí mismo, quizá, “lamarckiano crítico”; qué necesidad habría de seguir considerando a Lamarck, cuando esa “crítica” es la refutación de éste y su negación misma; qué absurdo de Darwin sería ese de limitarse a sí mismo como un “lmarckiano postromanticista”, o “lamarckiano posmecanicista”, obstinándose en querer ser la afirmación de lo que criticaba y negaba.  Por lo contrario, Darwin planteó su nueva teoría evolucionista.

 

                                 De la misma manera es el caso de Marx respecto de Hegel, al que no destruye ni transforma ad hoc para “desarrollarlo”, sino al que supera sobre la base de sus propias ideas.  Hegel, entre otros principios, postula en su idealismo dialéctico que: 1) el mundo objetivo es el de las ideas; y, 2) la realidad, el mundo material fuera del pensamiento, es un mundo aparente.  Marx somete a crítica a Hegel, y por esa crítica rompe con la consistencia lógica de los postulados de éste, y rechaza e invierte esos dos postulados básicos de la dialéctica idealista de Hegel, de modo que para Marx, ahora: 1) el mundo objetivo es el mundo de los objetos materiales fuera del pensamiento; y 2) el mundo material no es aparente, sino es la misma realidad objetiva; y con ello, Marx no se dijo “neohegeliano” o “hegeliano nuevo”; precisamente lo que ocurrió fue que rompió con el llamado “hegelianismo de izquierda”.  Por esa crítica con la que refutaba a Hegel, no incurrió en el absurdo de decirse mediocremente a sí mismo “hegeliano crítico”, ni menos aún en una fantasía subjetivista grandilocuente se le ocurrió nunca autoproclamarse “hegeliano posromántico” o “hegeliano modernista”.  Criticada la teoría de Hegel, refutados sus postulados, Marx estableció una nueva teoría, la suya, la teoría del materialismo dialéctico.

 

                                 Todo eso ocurre necesariamente cuando se entiende de ciencia y del método de la ciencia, es decir, de esa rigurosidad de la consistencia lógica de los postulados.

 

                                 Otro asunto es precisamente ahora el de los “críticos” de Marx, verdaderos alquimistas que en su rompimiento con la Modernidad y la Ilustración, rechazando y negando los postulados de dicha modernidad e ilustración: la ciencia y su método hipotético-deductivo o lógico, se dan a sí mismos la libertad para arbitrariamente no tener que apegarse a la consistencia lógica de los postulados.  Alteran y cambian entonces a su voluntad los postulados de Marx y su materialismo dialéctico, transformándolo ad hoc, pero no necesariamente como refutación y negación, sino, a su entender, como “desarrollos” del marxismo, por demás, no objetivamente dados, sino como algo establecido subjetivistamente, como libertad dada en sus mismos postulados; con el resultado de que de su “crítica” (ésta no como razón lógica, sino como “su verdad” que no es más que la propuesta de su opinión en una lógica proposicional), no surge una nueva teoría sobre la base de las ideas de Marx, sino, a su entender, lo que se da es el “desarrollo” (léase en realidad la tergiversación), de la misma teoría de Marx, sutilmente transformados sus postulados propios.  Y así aparecen los “nuevos marxistas” (desechando al “viejo” y obsoleto Marx), o más conocidos como “neomarxistas”: toda la llamada “Escuela de Frankfurt” y su teoría crítica; el denominado “marxismo crítico”; e incluso el curioso, por su naturaleza oscurantista, “marxismo posmoderno”; toda una insensatez en la que se pretende ser exactamente todo lo que se niega, una vez que todo lo que se niega, se ha transformado a lo que arbitrariamente se quiere ser.

 

                                 No es la superación de una teoría por otra más acabada (Galileo sobre Aristóteles, Darwin sobre Lamarck, Marx sobre Hegel), sino que es la destrucción de una teoría pretendiendo su suplantación por otra.  Es un “Marx nuevo”, “crítico”, convertido en un idealista subjetivo más por docena, suplantando al “viejo Marx” del materialismo dialéctico.  Una descomunal trapacería revisionista de filósofos agentes oportunistas del capital para retorcer el pensamiento científico y desarmar al proletariado en su capacidad transformadora de la realidad.

 

                                 Sin duda, la superchería de este “criticismo”, queda, a partir de aquí, en una situación crítica, de clara crisis.  Esta es pues, la crítica al “criticismo en crisis”.