Historia de la Geografía. Conclusiones.

26.11.2019 14:35

Historia de la Geografía.

Conclusiones.

Luis Ignacio Hernández Iriberri.

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Conclusiones.

 

                                 Eratóstenes, en el siglo III ane, recibe un conocimiento acerca de la Tierra y su representación en mapas, que hasta entonces estaba disperso parcialmente entre otros conocimientos en el pensamiento aún de una ciencia en general; no obstante, ya en el Liceo de Aristóteles desde un siglo antes, se habían comenzado a sistematizar algunos de esos otros conocimientos en el inicio de las ciencias especiales.

 

                                 En esa tendencia, un Eratóstenes aristotélico nacido en Cirene al noreste de Libia y que vivió en Alejandría llegando a ser el encargado de su gran Biblioteca, recibió dichos conocimientos acerca de la Tierra y su representación, entre los cuales estaba su propia medición del perímetro de la misma; y dadas esas características esenciales, sistematiza una nueva ciencia especial a la que denomina “Geografía” (de Gea, la deidad griega de la Tierra; y grafía, representación en un trazo o dibujo, y en este caso el mapa), etimológicamente, la ciencia de la representación cartográfica de la Tierra.

 

                                 En esa definición se encuentra una categoría más profunda y compleja de la que Eratóstenes estaba consciente: el espacio; hecho que se revela en la referencia de Eratóstenes a Demócrito[1], en la que rechaza el concepto de espacio de éste como el vacío (ese ápeiron, o lo indefinido, que venía desde Anaximandro como propuesta de una más de las antiguas esencias o elementos, de donde se le conoce también como la “quintaesencia”), espacio que en su posición aristotélica se entendía como el “límite que abraza un cuerpo” (en la definición del espacio en Aristóteles); esto es, la superficie del mismo.  La cartografía, pues, es la representación de ese espacio, de esa superficie, entendida entonces como la superficie terrestre; y consecuente con esa definición, la geografía sistemática da inicio por el conocimiento de la superficie terrestre en su exploración, en su localización y distribución, en su lugar y situación, en sus límites y extensión, en sus relaciones y conexiones, y en el análisis de su estructura en extensión.

 

                                 Dichas características esenciales del conocimiento geográfico son las que se destacan como lo primero y más común en las diversas historias de la geografía aportadas por Louis Vivian de Saint-Martin, Konrad Kretschmer, y René Clozier en una historia general, como en una historia de la geografía en México de Manuel Orozco y Berra.  No obstante, producto de su tiempo, quedan inmersas en un mar de contradicciones propias de una ciencia que se constituye en el reflejo objetivo de la faceta de la realidad objetiva más compleja al pensamiento humano: el espacio.

 

                                 Entender la investigación del espacio como la actividad de las exploraciones en extensión en la superficie terrestre, significó, aún en los tiempos de Louis Vivian de Saint-Martin, una investigación del objeto de estudio en una lógica consecuente que venía desde Aristóteles; sin embargo, ahora bajo las influencias del positivismo de Augusto Comte (de la primacía del conocimiento empírico, descriptivo y enciclopédico, o primer positivismo), Vivan de Saint-Martin superaba ya en 1873 las contemporáneas definiciones funcionales del objeto de estudio de la geografía, a su vez en ese primer positivismo, dadas por Ferdinand Von Richtoffen, del estudio de los fenómenos naturales en función de los fenómenos sociales [fn = f(fs)], y la inversa de Friedrich Ratzel, del estudio de los fenómenos sociales en función de los fenómenos naturales [fs = f(fn)].  Pero ya para la época de Konrad Krestchmer de fines del siglo XIX a principios del siglo XX, esas definiciones comenzaron a cuestionarse en su limitación, supliéndolas por la propuesta bajo las influencias ahora del empiriocriticismo, el conocimiento empírico, descriptivo, pero ya no enciclopédico, sino del espacio entendido como una faceta de la realidad dada en la forma o “morfología del paisaje”, llegando así, incluso, al momento de René Clozier.

 

                                 El objeto de estudio definido como la “morfología”, a más de haber sido poco entendido en su relación entre “los hechos y los fenómenos” (del “hecho” empiriocriticista como lo dado directamente a la percepción de los sentidos en la forma o morfología, y de los “fenómenos”, como, en tanto tales, lo que finalmente se pretendía dejar en el estudio de las ciencias especiales.  Hasta entonces, el objeto de estudio de la geografía entendido como el espacio dado por la superficie terrestre, había sido considerado únicamente en su condición bidimensional, pero el concepto de “morfología del paisaje” daba ya el salto a un espacio en su consideración tridimensional; aún cuando una insuficiente teorización y la fuerte influencia fenomenista y enciclopédica del primer positivismo, hizo que los “hechos” (lo dado a los sentidos en la morfología o propiedades espaciales), se consideraran no en su concepto de espacio, sino como fenómenos en su condición de estables, en tanto los “fenómenos” a su vez como todos aquellos otros fenómenos en su condición éstos de inestables o cambiantes a la vista del ser humano.

 

                                 Así fue, hasta que en los años setenta a ochenta toda esa vieja geografía entró en crisis y comenzó una nueva teorización, que por nuestra parte se realizó con fundamento en la dialéctica materialista (en el marxismo clásico) en función de cuyos resultados, ya desde la última década del siglo XX, no sólo se vuelve a determinar el espacio como el real objeto de estudio de esta ciencia (en ese momento, 1981, lo que eso fuera), sino se precisan las propiedades objetivas más generales y esenciales del espacio mismo a partir de las cuales éste debe ser definido y estudiado en sus relaciones causales; y no es que “los fenómenos” dejen de considerarse en geografía, es sólo que dejan de serlo como tales en tanto objetos de estudio de otras ciencias especiales; y en geografía, para su consideración, tuvimos que introducir el concepto de “estados de espacio”, a fin de que cada fenómeno sea tratado en términos de los fundamentos teóricos objetivos de la teoría del espacio como “estados de espacio”, ya continuos, o bien discretos.  Y de donde se hace necesaria una nueva reinterpretación y actualización de la historia de la geografía, en un avance más en su conciencia de sí hacia una más profunda y esencial identidad de sus estudios propios; de tal modo que pueda empezar a ascender a una definitiva conciencia para sí; es decir, una conciencia de para qué sirve, de cuáles son sus aportes reales y su utilidad científica social.

 

                                 Pero he aquí que una comunidad de geógrafos acostumbrada a que “todo el conocimiento le sea dado”, y por lo tanto sin un conocimiento de lo que es la ciencia y su método, no pudo hacerse a la idea de la investigación causal de su propio objeto de estudio prácticamente desde la nada (pues si bien hasta antes de 1998 se tenía una vaga definición filosófica del espacio, no había claridad ni demostración física de la realidad misma del espacio y menos aún de su naturaleza); y entonces, el abogado habilitado “de geógrafo”, Milton Santos, con fundamentos “posmodernistas” en el “pensamiento complejo”, se le hizo fácil dar una definición subjetivista del espacio como aquello que es “espacio socialmente construido”, que, como quiera que sea, se entendería que es la sociedad la que “construye el espacio”, lo que en la mente de esos geógrafos de la falsa geografía estraboniana de suplantación de tesis, el espacio no se tomó objetivamente, sino en el subjetivismo (por demás, no sólo a-científica, sino claramente anticientíficamente), del lugar de ciertas “relaciones económico-políticas”, con lo que en su ignoratio elenchi en la que se suplanta el espacio objetivo de naturaleza física, por relaciones económico-políticas de producción, distribución, consumo y servicios; en términos relativos no sólo todo queda estático, igual, sin avances; sino, en forma absoluta, se retrocede dos siglos a los tiempos de Ritter o Ratzel, en donde en los estudios superiores, aún se hace una geografía parvularia de la descripción de un mar de curiosidades acerca de nuestro mundo, acerca de las cuales el geógrafo no hace investigación causal de ninguna, pues todo le es dado de todas las demás ciencias; y ahí donde el geógrafo pretende “especializarse” en la investigación causal de algún fenómeno, deja de hacer su supuesta geografía, para “transfugarse” a otra ciencia (y hacerla mal, sin la formación académica rigurosa).

 

                                 Aquí no sólo hay un embuste ante la sociedad, sino un autoengaño ya consciente y deliberado que hace de la geografía un saber oscurantista aparentando ser ciencia.  Hasta los años noventa, los geógrafos de la vieja generación podían salvar su responsabilidad científica ante los nuevos fundamentos teóricos de la geografía, pues no se habían formado en ellos.  Mas, luego de cuarenta años de abundarse en ello y de unos veinte años que se entiende la realidad y naturaleza del espacio, ya ningún geógrafo puede quedar exento de estar obligado a un viraje científico al estudio del espacio objetivamente dado.  Del ámbito oscurantista que reina, de los fundamentos idealistas subjetivos a-científicos que dominan entre ellos, de una falsa geografía en sus estudio superiores y avanzados, todos, desde los mas renombrados “investigadores” a todo el profesorado y hasta el último de los estudiantes, son ya responsables no sólo del estancamiento de esta ciencia, sino de su retroceso a dos siglos atrás, cuando bien sus nuevos fundamentos teóricos en el estudio objetivo del espacio la pondría a la vanguardia científica en el siglo XXI.  Al fin, ello es asunto de una “geografía oficial” institucional, de una universidad oscurantista; y es nuestra responsabilidad profesional decirlo y hacerlo ver; otra cosa es el hacer de nuestra “geografía proscrita”.  Nosotros cumplimos por entero con la responsabilidad profesional de nuestro momento histórico.

 


[1]        Estrabón; Geografía, Prolegómenos; Editorial Aguilar; Madrid, España; 1980 (I,4,7).