Hegel, Fenomenología del Espíritu (1/4)
Hegel, Fenomenología del Espíritu* (1/4)
Luis Ignacio Hernández Iriberri**
4 enero 2010.
Preámbulo.
Al adentrarse uno por primera vez al estudio sistemático de la Filosofía, impensadamente, sin saberlo, quedará uno involuntariamente atrapado en el propio problema fundamental de la Filosofía misma: ser partidario de una concepción del mundo idealista, o ser partidario de una concepción del mundo materialista. ¡Hay de aquel cuya inconsciente concepción del mundo fuese materialista, y por primera vez toma en sus manos un libro de Filosofía escrito desde la perspectiva de un autor idealista: el infortunio lo llevará cual Teseo, por un camino sin el ingenio de Ariadna! Pero no menor será la desesperanza para conocer la Filosofía, ¡hay de aquel que inconsciente aun, tenga por concepción del mundo el fundamento idealista y por primera vez tenga en sus manos un escrito de un filósofo materialista: antes que poder adentrarse en el laberinto, su primer y descomunal tarea, será poder abrir sus puertas!
Afortunado pues, aquel que desde el primer momento ha sido llevado de la mano de aquel pensador que responde a su propia e inconsciente concepción del mundo: creo (creo), que ese, en potencia, será el filósofo.
Con una idea semejante se inicia la Introducción a la Fenomenología de Espíritu de Hegel: “Es natural pensar que, en filosofía, antes de entrar en la cosa misma, es decir, en el conocimiento real de lo que es en verdad, sea ponerse de acuerdo previamente sobre el conocimiento, considerado como instrumento que sirve para apoderarse del absoluto...”[1]
Un hecho, cuando ese hecho es percibido, que a la vista del lego podrá pasar por curioso (no obstante en el fondo es resultado de un debate ideológico), es que cuando se estudia la historia de la filosofía en un texto idealista; el pensamiento materialista desaparece, y es apenas una variante “empirista” o “muy racionalista”, del mismo idealismo entendido como toda y única filosofía. El materialismo, por su parte, centrará gran parte de sus esfuerzos, no sólo en elaborar su identidad, sino, sin negar el idealismo, sí establecer claramente sus diferencias con éste. Una explicación que le damos (y que se la damos desde nuestra posición materialista), es que con ese hecho, por su parte, el idealismo no sólo gana en una posición de fundamento científico al absorber posiciones materialistas, sino elimina simultáneamente al adversario teórico e ideológico; tanto como el materialismo, por su parte, se despoja del mito, y al mismo tiempo somete a crítica a su adversario teórico e ideológico.
A nuestro juicio, si bien se ve en las raíces de la historia del pensamiento filosófico, así como la vertiente de la filosofía idealista tendrá su origen o fundamento en el pensamiento mágico-religioso; la vertiente de la filosofía materialista será, por su parte, el ateismo, y con él, el fundamento del pensamiento científico. De una parte será el mundo subjetivo de las ideas; de otra, respectivamente, será el mundo de los hechos objetivos. Y hasta donde entendemos, a más de veinticinco siglos de historia del pensamiento filosófico, esas dos posiciones –¡no obstante Hegel!– siguen aun irreductibles.
Paradójicamente, entre los extremos de la teoría del conocimiento del inmanentismo metafísico hegeliano, y el reflejo objetivo de la realidad objetiva dialéctico materialista del marxismo, está, precisamente, la fenomenología.
El común diccionario de la lengua nos define el concepto “Fenomenología” como: “Estudio filosófico de los fenómenos, que consiste esencialmente en describirlos y describir las estructuras de la conciencia que tiene que ver con ellos”. En su Diccionario de Filosofía, Abbagnano así la define a su vez: “La descripción de lo que aparece”. José Ferrater Mora nos da la misma definición: no se trata de dictaminar –dice– si los contenidos de la conciencia son reales o ideales, sino de “examinarlos en cuanto son puramente dados”. Finalmente, el diccionario marxista de Foroba, explica el concepto aludiendo a la “<<intencionalidad>> de la conciencia (su orientación al objeto)...”.
Pero sólo en el Diccionario de Filosofía de Dagobert D. Runes, se especifica que en Hegel, el concepto “fenomenología”, tiene un sentido distinto (aun cuando, curiosamente, no lo explica), y cuyo sentido tomamos de Abbagnano: <<la historia de la conciencia desde las apariencias sensibles, hasta la presentación a sí misma en su verdadera naturaleza>>. No obstante, como puede verse en la definición misma, va contenido el hecho del conocimiento a partir de lo dado, de lo que aparece a lo sensible, y que sólo como tal se refiere a la descripción; pero con la peculiaridad de que, lo dado, no está allí, independiente de la conciencia, sino como consecuencia de la intencionalidad de la misma; como consecuencia de la objetivación de la conciencia que se conoce a sí misma. No es pues, una fenomenología subjetivista que interaccione con un objeto dado independiente del sujeto, sino una fenomenología objetivista (inmanentista), donde la conciencia y lo sensible, lo subjetivo y lo objetivo, se entienden como lo mismo.
Vemos ahora, seguros de contar con el artilugio de Ariadna en el laberinto, que la obra de Hegel es el máximo y más consistente esfuerzo que históricamente se ha hecho para hacer de la filosofía un sistema único; y lo vemos ahora más aun, que hemos entendido claramente que el Espíritu, para Hegel, no es precisa y exclusivamente, esa entidad sobrenatural en un mundo extraterrenal, sino algo, paradójicamente, tan burdo y terrenal como lo puede ser la idea misma de que sea el Estado prusiano de principios del s.XIX, como “realización de un plan providencial, en el cual el pueblo vencedor encarna, siempre, al Espíritu del mundo, esto es, la conciencia de sí o Dios”[2]. No obstante, como reflexión filosófica en un filósofo como Hegel; y creemos que así se hace en los textos de filosofía, particularmente materialista, cuando se critica a éste; debe considerarse que el Espíritu, es algo más que esa velada apología del orden burgués de su tiempo: como quiera que sea, ese algo más será Dios, la metafísica “Idea Absoluta” en un mundo suprasensible, discute Hegel en su Fenomenología (Cap.III), de lo que todo deviene, y a lo que todo se dirige, y el Estado, tan sólo una de sus infinitas posibles manifestaciones, a decir de Hegel.
Pero en la consumación de esta idea, estuvo la ubicación de Hegel en la historia de la filosofía: el máximo pensador del idealismo objetivo. El único en toda la corriente del idealismo filosófico desde Parménides hasta su contemporáneo Schelling, que consideró el Absoluto en devenir, a Dios, a la “Idea Absoluta”, en movimiento y transformación; “el Espíritu Absoluto (Dios, la racionalidad) se realiza en el tiempo, en un proceso evolutivo, en la historia”[3]. Más aún, Hegel, “a diferencia de muchos filósofos idealistas (...) (que) niegan abiertamente o ponen en tela de juicio la posibilidad de conocer la realidad (o sea, que defienden el agnosticismo), aunque admite la posibilidad de conocer el mundo..., no puede resolver acertadamente el problema de la cognoscibilidad de lo real, puesto que considera que la conciencia, el espíritu, es lo primario”[4]. Frente a él, y a partir de él, bastó el máximo pensamiento del materialismo dado en Marx y Engels, para que Hegel fuese historia.
Engels, en su Ludwig Feuerbach y el Fin de la Filosofía Clásica Alemana, al respecto de la filosofía hegeliana, dice: “abarca un campo incomparablemente mayor que cualquiera de los que le habían precedido y despliega dentro de este campo una riqueza de pensamiento que todavía hoy causa asombro”[5].
* Ensayo final, Seminario: Arte y Filosofía; Dr. Ignacio Díaz de la Serna.
** Seminario de Arte y Filosofía; III Semestre, Doctorado en Filosofía, CIDHEM; febrero, 2007.
[1] Hegel, G.W.F; Fenomenología del Espíritu; Fondo de Cultura Económica, 16ª reimpresión, México, 2006; p.51.
[2] Abbagnano, Nicola; Diccionario de Filosofía; FCE, 2ª edición, México, 1966; (v. Hegelianismo).
[3] Gispert, Carlos; Atlas Universal de Filosofía; Océano, Barcelona, España, 2004; (v.Hegel)
[4] Dynnik, M.A, et al; Historia de la Filosofía; Editorial Grijalbo, Tomo I, México, 1968; p.13
[5] Ibid. p.68