Geografía: sus Fundamentos Teóricos en la Filosofía Materialista Dialéctica. 6 Análisis histórico concreto de la contradicción principal de la geografía. b) La evolución de la contradicción principal de la geografía en las grandes etapas de la historia.

25.03.2017 17:00

Geografía: sus Fundamentos Teóricos

en la Filosofía Materialista Dialéctica.

6  Análisis histórico concreto

de la contradicción principal de la geografía.

b) La evolución de la contradicción principal de la geografía 

en las grandes etapas de la historia

Luis Ignacio Hernández Iriberri.

https://dimensionalidad.webnode.mx/.

15    feb 17.

 

6   Análisis histórico concreto

de la contradicción principal de la geografía.

 

b)  La evolución de la contradicción principal de la geografía en las grandes etapas de la historia

 

                                           En el apartado anterior hemos visto el origen de la contradicción dialéctica principal de la geografía, surgida durante el período heleno-romano a fines de la Antigüedad.

 

                                           Adviene la Edad Media (ss. V-XV), y en ella, durante la Alta Edad media (ss. V-X), domina el hacer de la geografía entre los árabes, los cuales compilan la ciencia griega reproduciendo la geografía heleno-romana en que, por una parte, se atiende a “los mapas y forma de la Tierra”, y por otra a las descripciones de “los fenómenos en los lugares”, todo lo cual hacía evidente el carácter objetivo de la contradicción fundamental; es decir, que en realidad, el conocimiento geográfico tenía que ver con todo eso.

 

                                           Al pasar a la Baja Edad Media (ss.X-XV), se comienza a dar una fuerte oscilación a la dominancia de la geografía de “los mapas”.  A ello contribuyó el descubrimiento de un par de instrumentos orientadores; es decir, por lo menos en uno, que con respecto a la fijación del punto cardinal Norte, se podía precisar con seguridad la dirección al Oriente (o punto donde “nace el Sol”): la aguja magnética, entre los chinos y árabes; y la “piedra del Sol” (la cordierita, un mineral parecido al cuarzo, cuyos principales yacimientos están en Suecia, Finlandia y Alemania, en el que sus moléculas se alinean en dirección de la radiación fotónica, en medio de la más densa neblina, cambiando de color según el alineamiento), entre los vikingos; que permitía la construcción por “rumbo y distancia”, de las Cartas Portulanas (ampliamente difundidas principalmente entre los siglos XIV-XV).  De este mismo período prerrenacentista es el geógrafo Ibn Khaldun (o Jaldun) (1332-1406), partidario, por su lado, de una geografía de “los fenómenos en los lugares” fundado en la filosofía del nominalismo o del realismo medieval, inmerso en el neoplatonismo, y quien escribe su obra titulada: “Introducción a la Historia Universal”, que en una noción de nuestro tiempo, es una “geografía social”, caracterizada por un planteamiento “determinista geográfico” (es decir, por el cual se entiende que la manera de ser y de pensar de los pueblos depende de las condiciones geográficas fenomenistas), como la obra más notable del pensamiento geográfico de “los fenómenos en los lugares” en esa época.

 

                                           El Renacimiento como tal en geografía, con lo que comienza la Época Moderna (ss. XV-XVIII), se inicia tanto con el Mapa de Toscanelli (1397-1482), como con el Globo Terráqueo de Behaim (1450-1507).  Si la Edad Media se había iniciado con una visón geográfica metafísica del mundo dada en la “Topografía Cristiana”, de Cosmas Indicopleustes (s.VI), de una Tierra plana inmersa en el espacio tridimensional formado por el “Arca de la Alianza”; el fin de esa Edad Media e inicio de la Época Moderna, se da con ese Mapa de Toscanelli, que vuelve a la cartografía proyectiva en el supuesto de una Tierra esférica, de la geografía clásica griega, en una Proyección Trapezoidal, con el perímetro de la Tierra heredado de la “Geografía” de Estrabón, y que Behaim a su vez reproduce en su Globo Terráqueo.  Lo que la cartografía proyectiva de Hiparco y el Globo Terráqueo de Crates habían sido para la Antigüedad, ahora lo volvía a ser la cartografía proyectiva de Toscanelli y el Globo Terráqueo de Behaim; es decir, la expresión de una geografía no sólo científica rigurosa, sino metodológica en el sentido hipotético-deductivo (en el caso de Crates, el supuesto de los “continentes de “contrapeso”; y en el supuesto de Behaim, de la extensión continental al oriente, que no concordaba con las mediciones).

 

                                           En ese mapa y Globo Terráqueo de métrica rigurosa (aun cuando el procedimiento de cálculo del perímetro de la Tierra no se había vuelto a hacer y se dependía de la cifra de Estrabón), se reproducía un localización y distribución de continentes que, no obstante su lugar y situación, o por sus límites y extensión, no se ajustaban al supuesto de esa geometría.  Algo andaba mal, y ello se sospechaba desde la cartografía prerrenacentista, dando lugar al nuevo carácter hipotético-deductivo en geografía.

 

                                           Ahora, al inicio de la Época Moderna, los dos geógrafos más relevantes son, por la geografía espacista, Mercator (1512-1594), y por la geografía fenomenista, Hondio (1573-1650), inmersos ambos en la ciencia renacentista del materialismo mecanicista de su época

 

                                           Hasta ahí estaba claro que la contradicción dialéctica de una verdadera e indisoluble unidad de sus contrarios, se demostraba en los hechos como una contradicción no-antagónica: espacio y fenómenos, de algún modo, habrían de tener una solución simultánea en una síntesis; y hasta fines del siglo XVIII, con José Antonio de Alzate y Ramírez (1737-1799), esa unidad parece darse en la idea del espacio como las “propiedades espaciales de los fenómenos”; esto es, geográficamente dicho, como “la cartografía de los fenómenos”.

 

                                           Todo dio un giro a un punto diametralmente opuesto, en una nueva oscilación al dominio de la idea de la geografía como ciencia de los fenómenos; prácticamente de un tajo al darse el salto del siglo XVIII al XIX, en que ahora dominan omnímodamente Carlos Ritter (1779-1859), y Alejandro de Humboldt (1769-1859), quienes en los hechos plantean una geografía del conocimiento de la Totalidad a través del conocimiento de los fenómenos; evidentemente, con fundamento en una filosofía idealista que así lo suponía permisible, entendida la ciencia ahí, como el puro hecho descriptivo: el positivismo (en su variedad del llamado “primer positivismo “, o el positivismo clásico de Augusto Comte).

 

                                           Por poco más de la mitad del siglo XIX, esa fue la idea dominante acerca de la naturaleza de la geografía; que daba lugar a no más que un saber empírico enciclopédico en que, si bien particularmente en Humboldt, fue un poco más allá en el saber explicativo y causal de algunos de los fenómenos, ello fue sólo como producto de un período del desarrollo de las ciencias en general, aún muy incipiente.  No obstante, ello creó la idea de la justedad de esa propuesta acerca de la naturaleza de la geografía.  Fue algo que ya sólo ellos pudieron hacer, y en ellos mismos se agotó.  A la muerte de ambos en el mismo año, 1859, todo tendió a volverse a replantear, si bien es cierto que en alternativas funcionales dentro de la misma geografía fenomenista; es decir: 1) la de la geografía como el estudio de los fenómenos sociales en función de lo naturales (Ratzel, 1844-1904); o de la geografía como el estudio de los fenómenos naturales, en función de los sociales (Richthofen, 1833-1905).  Parecía que la contradicción principal, espacio-fenómenos, había sido resuelta; pero en esa contradicción en su naturaleza no-antagónica, el espacio no había desaparecido en una síntesis -como se dice en lógica-, de los predicados, sino, otra vez, como cuando la geografía “oficial” de Estrabón, por “decreto de poder”; es decir, en el tratamiento de una contradicción antagónica.

 

                                           En 1871, en una determinante influencia del positivismo clásico, se convoca al “I Congreso Internacional de Ciencias Geográficas”, y, a excepción del tercer Congreso, que fue convocado como “III Congreso Internacional de Geografía”, los primeros cinco congresos, de manera central, discutieron el que la Cartografía no era lo que hacía a la geografía, sino que ésta era una ciencia más del conjunto enciclopédico de las “ciencias geográficas”, y tan sólo, a manera de una forma de expresarse de la geografía, es decir, como un “lenguaje” en la descripción empírica de los fenómenos.

 

                                           La propuesta ratzeliana de los fenómenos sociales en función de los naturales [fs = f(fn)], derivó en el llamado “determinismo geográfico” acientífico, y pronto fue desechado; por su parte, la inversa propuesta richthofeniana de los fenómenos naturales en función de los sociales [fn = f(fs)], si bien en un contenido científico y con una expresión incluso de conciencia social del papel  de las ciencias naturales, hacía de la geografía, en principio, una “ciencia natural” (uno de los principales aspectos rechazados por los geógrafos fenomenistas), y, dada la formación de origen de Richthofen como geólogo, ese carácter de “ciencia natural” de la geografía, se desplegó en las “formas” (o “geoformas”), en particular, de la superficie o Corteza Terrestre, determinada por eventos geológicos; y, a su vez, si bien ofreciendo un enfoque fructífero al desarrollo de la ciencia, pronto, a su vez, fue desechada como solución final al problema de la identidad de la naturaleza de la geografía.

 

                                           Se hizo evidente, así, en esas “soluciones por decreto”, particularmente de dichos congresos internacionales ya para el último tercio del siglo XIX, la crisis teórica de esta ciencia.  Y en tanto que una solución subjetivista, el problema de fondo de la contradicción histórica principal de la geografía, continuó estando objetivamente presente.

 

                                           Pero fue hacia el último tercio del siglo XIX, que, con fundamento ahora en el segundo positivismo, o el positivismo ahora denominado como “empirocriticista”, de Ernest Mach y Avenarius, que, a decir de éstos, en una “economía del pensar” a partir de la “crítica de la experiencia” (o juicio o reflexión de la experiencia), se “depura” la comprensión de dicha experiencia en la “apercepción apriorística”; es decir, de la percepción particular de un estado psíquico, que depende del estado psíquico de la percepción precedente, sobre hechos de la “conciencia pura”, o hechos que existen en la conciencia antes de la experiencia, entre ellos, precisamente, el espacio.  Según el empirocriticismo, el espacio está en la mente del que piensa, y éste l proyecta sobre el mundo amorfo e incognoscible en su esencia, poniendo orden y un arreglo que lo hace comprensible, “depurándose” en ese proceso la apriorística noción misma del espacio, haciéndose éste, a su vez, comprensible.  Ya Lenin (1870-1924), en su obra “Materialismo y Empirocriticismo”, 1908-1909, sometió a crítica con suficiencia esta posición filosófica idealista; pero la cual, paradójicamente, condujo a la solución histórica principal de la geografía.