El Desarrollo Imperialista del Capital, y las Luchas Cualitativas del Proletariado. Cuarta Parte y última

08.11.2017 15:06

El Desarrollo Imperialista del Capital

y las Luchas Cualitativas del Proletariado.

Cuarta Parte

Luis Ignacio Hernández Iriberri.

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(7 nov 17)

 

 

                                           Hacemos aquí la cuarta y última entrega sobre los trabajos de la IV Mesa del “Coloquio del Centenario de la Revolución Rusa de Octubre de 1917”.  No nos queda, por último, más que felicitar a los jóvenes organizadores de tal evento, y el auspicio de la Facultad de Historia de la Universidad Nicolaíta de San Miguel de Hidalgo (UNSNH), esperando que estos comentarios ayuden no sólo en el estudio y comprensión del marxismo, sino en la organización futura de proyectos de trabajo en análisis, discusión y difusión de la ciencia social y la cultura.

 

                                           Corresponde a esta cuarta entrega prometida la ampliación de los comentarios particulares acerca de nuestra ponencia: “El Desarrollo Imperialista del Capital, y las Luchas Cualitativas del Proletariado”.

 

                                           El desarrollo imperialista, hemos dicho retomando a Lenin en su obra: “El Imperialismo, Etapa Superior del Capitalismo”, 1916, es el desarrollo del capital en su “fase agónica”.  Y tal hecho lo hemos demostrado presentando la gráfica de la ley de tendencia decreciente de recuperación económica del capital, la cual, particularmente vista de 1980 a la fecha; esto es, en el abierto período del capital financiero monopólico internacional de libre competencia en el llamado “modelo económico neoliberal”; tal agonía se hace, por demás, evidente, al mezclar con nuestra gráfica, la gráfica de la evolución del comercio mundial de 1980 a 2015 que proporciona la OMC.

 

                                           La gráfica de la ley de tendencia decreciente de la recuperación económica, predice un momento de crisis para 2018, coincidente con la previsión de la OMC-CEPAL de, por lo menos, una no-recuperación del comercio mundial, lo que ha llevado a la predicción del desarrollo para el 2018, en particular para México, de una caída de la tasa de crecimiento del PIB, que en el mejor de los casos andará entre el 1% y 1.5%, cuando no, en la mayor de las probabilidades, en cifras negativas.

 

                                           En México la inflación alcanza ya el 7%, con una deuda externa de casi el 50% del PIB, y la amenaza de una recesión que, sumada al actual desempleo de poco más del 40% de la población económicamente activa (en cifras oficiales, quitando subterfugios estadísticos), y el poder adquisitivo más bajo con una disminución en el consumo, de modo que los analistas económicos prevén tal crisis, semejante a la de 1929.

 

                                           Añadido a todo ello la muy probable ratificación del TCAN en condiciones ominosas, cuando no, su anulación, este país, México, en ql que el Estado, de 1980 a la fecha (2017), redujo la inversión en reposición de capital (hasta ser de un 10% en los años noventa, y hoy en poco más del 20%, cuando en los países desarrollados llega a ser del 40% o más), produciéndose un saqueo descomunal de la riqueza socialmente generada, ahora, habiendo dirigido la economía al sector de servicios y con ello dejando de ser un  país productivo, se encuentra en una situación de debilidad extrema, en donde esta crisis, a traducir en una depauperación generalizada extrema, permite prever, no por romanticismo revolucionario, sino por imperiosa necesidad de sobrevivencia, el estallido social hacia cambios drásticos en la reorganización del modo de producción y distribución de los bienes materiales de la sociedad.  Tales son, pues, las consideraciones objetivas, de cifras y estado de cosas en los hechos, en el análisis concreto de la situación concreta.

 

                                           Parte complementaria de ello, es considerar las condiciones subjetivas que crean la situación revolucionaria, y, en este punto, el análisis de la lucha de clases y la capacidad real, teórica y práctica, del proletariado, para llevar a cabo tal transformación social.  Aquí, de momento, la lucha social está entre una gran burguesía propimperialista, oligárquica y autocrática en el poder (representada por el priismo y aliados directos como “los verdes”, o indirectos, como fascistoide “Frente Ciudadano”, a la que se enfrenta una burguesía y pequeñoburguesía nacionalista, democrática y progresista, representada en el Movimiento de Regeneración Nacional, MORENA).  El proletariado como tal, la clase trabajadora asalariada, no está representada en el escenario político nacional (a manera del “Tercer Estado”, el proletariado ve aún en el movimiento reformista burgués del MRN, aquello que, por lo menos, favorece en algo sus intereses).

 

                                           Históricamente, pudiera decirse que son las organizaciones de izquierda (socialistas), y los partidos políticos comunistas, los que realmente representan al proletariado; pero en el escenario político actual, no es visible una participación significativa de éstos.  Hasta donde alcanzamos a ver (quizá con cierta miopía), sus posiciones en el proceso electoral son, desde la omisión absoluta (argumentando ya la negación de toda transición al socialismo, y el rechazo al “espontaneísmo”), hasta eso que Lenin llamaba de “enfermedad infantil”: el “izquierdismo”, en el que, a pesar de que el proceso electoral plantea una situación táctica, ese infantilismo de izquierda, en una posición de principios, se plantea “estar con el bueno aunque se pierda” (la toma de partido por la compañera Marichuy, candidata por el EZLN), sin el menor análisis (a nuestro parecer), de la correlación política de la lucha de clases.

 

                                           En este escenario de nuestra consideración táctica, no de principios (por supuesto discutible), se trata en lo más general de las correlaciones políticas, de hacer avanzar lo más posible las posiciones democrático burguesas de quien dirige el proceso, MORENA (en el entendido de que esta democracia burguesa real ya es históricamente nula en México, pero siendo ello ajeno a las masas), y no porque finquemos en tal proceso alguna “esperanza”, a pesar de que estamos seguros de que AMLO habrá de ganar la votación; sino porque, así lo consideramos, a pesar de ganar, volverá a perder; nuevamente, y ahora con mucha mayor razón, será despojado del triunfo (más aún, no hay quién no esté consciente del obligado fraude en perspectiva), y ahí, enfrentados a esa realidad, debe esperarse la insurrección espontánea de las masas y promover el pronunciamiento por una democracia popular, en que la decantación de la dirección reformista pequeñoburguesa en un proceso más o menos largo, por una intervención directa del proletariado.  En esta posición, así lo creemos, todas las posturas, desde la omisa hasta la del apoyo a Marichuy pasando por las que se quiera (que no dirigen, sino que van a la cola del proceso, por demás, en forma sectaria, restando fuerzas y distrayendo), quedan subsumidos como casos particulares de la lucha.

 

                                           Momento clave de este proceso (si antes no ocurre otra cosa), es el 2 de julio.  Qué decisión, en lo espontáneo, va a asumir las masas; y luego, qué capacidad teórica habrá en la dirección socialista para, en vez de condenar el “espontaneísmo” en la posible decisión por una insurrección popular, de apegarse a él, seguirlo y, a la larga, dirigirlo.

 

                                           Este es pues, quizá limitado, nuestro análisis concreto de la situación concreta.  Motivo de un análisis aparte, es ese aspecto peculiar de la lucha proletaria en México: la correlación entre las condiciones para la insurrección popular espontánea, y la capacidad teórica de dirección en lo que en México conocemos como “la bola”, la revuelta popular que sobre la marcha va tomando forma, en nuestra muy peculiar manera de ser, a lo largo de todas las luchas históricamente dadas.