Breviario Materialismo Dialéctico. Cap. IV. Formalización Teórica del Materialismo Dialéctico. 4) Categorías Fundamentales. p) lo empírico y lo racional.
Breviario
Materialismo Dialéctico.
Cap. IV. Formalización Teórica del Materialismo Dialéctico.
4) Categorías Fundamentales. p) lo empírico y lo racional.
Luis Ignacio Hernández Iriberri.
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19 jun 18.
Cap. IV. Formalización Teórica del Materialismo Dialéctico.
- Categorías Fundamentales.
o) Lo empírico y lo racional.
El empirismo y el racionalismo son un par de categorías esenciales del materialismo dialéctico, por cuanto que representan no sólo ciertos conceptos fundamentales del conocimiento, sino posiciones mismas de la teoría del conocimiento. Lo empírico y lo racional en la teoría del conocimiento adquirió particular relevancia a partir de principios del siglo XVII, cuando aparecen las ciencias naturales empíricas, siendo, de hecho, con su discusión, que se inicia el período de la Ilustración.
El problema de lo empírico fue inicialmente planteado por Francis Bacon (1561-1626), quien en su importante obra “Nuevo Organon”* (1620), destacó la importancia del proceso lógico inductivo, donde la inducción misma (es decir, la “manera de conducir el conocimiento”, yendo de los hechos singulares a las consideraciones generales, a manera inversa del proceso deductivo hasta entonces exclusivamente utilizado), parte de la experiencia objetiva de tale hechos, analizados o razonados, planteaba Bacon, mediante las “Tablas de Ausencia y Presencia” como él les denominaba, hoy en día conocidas como métodos lógicos de relación causal (concordancias, diferencias, variaciones concomitantes, residuos). Justo el hecho de partir de la experiencia en el proceso del conocimiento, es en donde radica la fuerza del método inductivo, y donde esa experiencia se refiere al hecho sensorial o empírico, como origen del conocimiento del mundo.
Por su parte está el racionalismo, que planteado originalmente por René Descartes (1596-1650), en su obra “El Discurso del Método” (1637), establece que el conocimiento sólo puede extraerse de la razón misma a partir de “ideas innatas” (que ya están en el cerebro antes de nacer, y, evidentemente, implantadas por Dios), en forma de aptitudes o predisposiciones del entendimiento (o formas a priori, como luego las llamara Kant).
En sus obras, tanto Bacon como Descartes, no absolutizan un procedimiento u otro, ambos reconocen recíprocamente el papel, ya de lo empírico en uno, ya de lo racional en el otro, no obstante el problema de determinar la fuente del conocimiento: ya la realidad exterior al pensamiento (empirismo, posición del materialismo filosófico mecanicista); ya el razonamiento lógico (racionalismo, posición del idealismo filosófico subjetivo), abrió una discusión entre empirismo y racionalismo, que se prolongó hasta fines del siglo XVIII.
De esta discusión se hizo evidente, desde el primer momento, la insuficiencia del carácter metafísico del planteamiento racionalista identificado con el idealismo filosófico, lo que hizo que los pensadores, aun siendo idealistas, se inclinasen más por el empirismo, haciendo surgir la versión idealista de éste, en la obra de George Berkeley (1681-1753), “Tratado sobre los Principios del Conocimiento Humano” (1710). En el empirismo idealista, reconociéndose un mundo objetivo fuera del pensamiento, la experiencia se da en dicho mundo objetivo, pero respecto del mundo de las “ideas” (donde las cosas son ideas); en tanto en el empirismo materialista, en el reconocimiento del mundo objetivo fuera del pensamiento, la experiencia se da en dicho mundo objetivo, y respecto de la realidad objetiva y concreta misma.
Tal hecho fue enormemente significativo y trascendente en la historia del pensamiento filosófico. La histórica lucha ideológica entre el materialismo y el idealismo, se ha dado, desde entonces, por una parte, por el materialismo, superando las limitaciones mecanicistas del empirismo materialista; y, por otra parte, por el idealismo, transformando el empirismo idealista de Berkeley en innúmeras versiones de lo mismo (tal como Lenin lo demuestra en su obra “Materialismo y Empirocriticismo”, 1908), hasta hoy en día. El empirismo idealista es, de hecho, el corazón del pensamiento idealista no sólo moderno (siglo XVIII), sino aún contemporáneo (ss.XIX-XXI).
La discusión a lo largo del siglo XVIII entre empirismo y racionalismo acerca del origen del conocimiento, descubrió, ya desde Kant, la dialéctica; es decir, que no podían separarse lo empírico de lo racional y viceversa, como dos cosas distintas, teniéndose que reconocer precisamente como dos momentos del conocimiento, transformables en uno en el otro. Esto es, que lo empírico es lo racional mismo en forma desplegada o desarrollada, como lo racional, a su vez, es lo empírico mismo en forma “condensada” o en su síntesis. Con Hegel se hizo ya dialéctica idealista, y fue con Marx que esa dialéctica idealista se invirtió en su forma de dialéctica materialista. Hay, entre el par de categorías de lo empírico y lo racional, una semejanza con el par de categorías de lo práctico y lo teórico, pero en lo cual se expresan relaciones distintas. Esto es que, mientras que lo práctico se refiere al “hacer”, lo empírico se refiere al contenido y extensión acerca del proceso sensorial y de la percepción de la realidad en el conocer, e igualmente, mientras lo teórico se refiere a la síntesis de ese “hacer”, lo racional se refiere al contenido y extensión de ese otro proceso del conocimiento dado en las inferencias deductivas. De ahí la importancia particular de lo empírico y lo racional.
La dialéctica de lo empírico en tanto la actividad sensorial del sujeto en su percepción del mundo de los objetos materiales que le rodean, es ese primer nivel de la elaboración del conocimiento que proporciona, en el acto de la percepción del mundo, la materia prima que lleva a la representación de la realidad (siempre incompleta y al principio confusa), de donde se elaboran los conceptos, los juicios, y las inferencias lógico-deductivas, es decir, el razonamiento, dando lugar al conocimiento elaborado en el segundo nivel, en el proceso racional. De ahí que tanto Bacon como Descartes tenían razón, estaban en lo correcto cada uno por su lado refiriéndose uno a las determinaciones empíricas, y el otro a las determinaciones racionales; y, al mismo tiempo, ambos estaban equivocados, porque en su planteamiento mecánico y de yuxtaposición entre lo empírico y lo racional, no podían ver aún, un mismo y único proceso en la dialéctica de sus transformaciones.
Pero la importancia de las categorías de lo empírico y lo racional tienen aún otra faceta, por cuya esencialidad es necesario extenderse mucho más en este apartado; y se refiere a la importancia de la intervención de Kant en esa etapa de la historia de la filosofía en el salto del siglo XVIII al XIX.
Kant (1724-1804), cuyas obras principales aparecen en el curso de la segunda mitad del siglo XVIII, desarrolla un sistema filosófico que ha sido denominado de diversas formas: “filosofía trascendental”, “idealismo trascendental” o “trascendentalismo; o “filosofía crítica”, “idealismo crítico” o “criticismo”. Originalmente Kant prefirió el nombre de “filosofía trascendental”. Para Kant, lo trascendental se refiere a la experiencia (y con ello a lo sensorial empírico), en el sentido de tratar con lo que él llamaba “conocimiento a priori” (conocimientos puros –o razón pura– del entendimiento, dados por intuición y de manera innata), y siendo en consecuencia, sensibles en la experiencia, haciendo posible –según Kant–, el conocimiento.
Hay dos momentos en la filosofía de Kant, el llamado “período pre-crítico”, hasta 1870; y el llamado “período crítico” posterior a esa fecha. Se refiere al momento de la inicial reflexión y posterior publicación de sus obras “Crítica de la Razón Pura” (1781), “Crítica de la Razón Práctica” (1788), y “Crítica del Juicio” (1790), donde tal crítica (del gr. kriterión, juicio lógico), se refiere al raciocinio, a la lógica. En este caso, la lógica del idealismo subjetivo, por la cual, primero, las ideas, los conocimientos a priori, se “objetivan”, se hacen cosas, o propiamente dicho, son reconocidos como los objetos de la realidad; y luego, en segundo lugar, ese reconocimiento se da en la experiencia por la actividad sensorial empírica.
Esto es, que lo empírico es lo racional mismo en forma desplegada o desarrollada, como lo racional, a su vez, es lo empírico mismo en su forma condensada, en su síntesis. Con Hegel se hizo ya dialéctica idealista, y fue con Marx que esa dialéctica idealista se invirtió en su dialéctica materialista. Hay, entre el par de categorías de lo empírico y lo racional, una semejanza con el par de categorías de lo práctico y lo teórico, pero en lo cual se expresan relaciones distintas. Esto es que, mientras que lo práctico se refiere al “hacer”, lo empírico se refiere al contenido y extensión acerca de del proceso sensorial y de la percepción de la realidad fuera de nuestro pensamiento en el proceso del conocimiento; e igualmente, mientras lo teórico se refiere a la síntesis de ese “hacer”, lo racional se refiere al contenido y extensión de ese otro proceso del conocer dado en las inferencias deductivas. De ahí la importancia particular de lo empírico y lo racional.
E igualmente, como lo exponemos a su vez en el tema de la teoría del conocimiento, la dialéctica de lo empírico en tanto la actividad sensorial del sujeto en su percepción del mundo de los objetos materiales que le rodean, es ese primer nivel de la elaboración del conocimiento que se obtiene en el acto de la percepción de esa materia prima que lleva a la representación de la realidad (siempre incompleta y a principio confusa), de donde se elaboran los conceptos, juicios, y las inferencias lógico-deductivas, es decir, el razonamiento, dando lugar al conocimiento elaborado en un segundo nivel, en el proceso racional. De ahí que tanto Bacon como Descartes tenían razón, estaban en lo correcto cada uno por su lado refiriéndose uno a las determinaciones empíricas, y el otro a las determinaciones racionales; y, al mismo tiempo, ambos estaban equivocados, porque en su planteamiento mecánico y de yuxtaposición entre lo empírico y lo racional, no podían ver aún un mismo y único proceso en la dialéctica de sus transformaciones.
Así, la crítica de Kant, como lógica del idealismo subjetivo por el cual la experiencia del sujeto hace la percepción sensorial como el reconocimiento directo de las propias ideas (de la “razón pura”), “objetivadas”, es, en última instancia, el acto de la trascendentalidad (la esencia de su filosofía).
Kant, de este modo, completó con su “criticismo” o trascendentalidad de la ideas, el empirismo idealista de Berkeley en esa lógica del idealismo subjetivo, con lo que éste adquirió particular fuerza de pensamiento en un ámbito en que hacia fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX, llegaba a su fin el periodo dela Ilustración, inmerso en el dominio del pensamiento metafísico (incluso de la metafísica en el idealismo objetivo de Hegel (1770-1831), por el cual la “realidad objetivada” del idealismo subjetivo, era un simple mundo de una realidad inexistente, formado sólo como un mundo de apariencias, y en donde lo objetivo, por lo demás, radicaba únicamente en la cabeza del sujeto.
Se formo así el idealismo subjetivo contemporáneo, con esos fundamentos de la experiencia en el empirismo de lo subjetivo y en el proceso de la trascendentalidad, reelaborado en una sucesión de sistemas filosóficos dados con esos fundamentos en común; tales como el positivismo de Augusto Comte (1798-1831), a partir de 1830, cuya esencia es la exclusiva descripción empírica de los fenómenos; el empiricritiismo de Richard Avenarius (1843-1896), Ernest Mach (1838-1916), Bogdanov (Alexand Alexandrovich Malinoski (1813-1928), que lleva el idealismo subjetivo del positivismo comtiano al extremo, aproximándolo al idealismo objetivo hegeliano, , en el planteamiento de la “experiencia pura” o de lo “dado directamente a los sentidos”, o “descripción pura”, en la que se introduce el factor psicológico; de la “economía del pensar” de Mach, a su vez, como esa “descripción pura” que elimina todos esos elementos que enturbian la “razón pura” o “ideas a priori” (la sustancia material, la causalidad, la necesidad, etc), de modo que el sujeto y su pensar se hacen uno y lo mismo con la realidad de las ideas “objetivadas”, por lo cual, a su decir, “no hay realidad sin sujeto” (a lo que denominan como “coordinación de principio”); y el llamado empiromonismo, de Bogdánov, en el que, en esa aproximación al idealismo objetivo, este suprimía la diferencia que hacía la dualidad entre el mundo psicológico o de las ideas, y la “objetivación” de las mismas haciendo la realidad, de donde se forma su idea de la “descripción pura” de lo dado directamente a los sentidos, y de ahí lo de “empiromonismo”, o “experiencia de lo único”.
Con el empirocriticismo se formó, así, un “segundo positivismo”, al que le sucedió un “tercer positivismo”, o conocido también como neopositivismo, a partir de los años veinte a treinta del siglo XX, iniciándose dicho neopositivismo con el llamado positivismo lógico del denominado “Círculo de Viena”, siendo su representante más destacado Rudolph Carnap (1891-1970), que hace del positivismo lógico un mero “análisis del lenguaje”, de donde, a su vez, el positivismo lógico es conocido como “filosofía del análisis del lenguaje”, o “filosofía analítica”. Al trasladarse a los Estados Unidos, el positivismo lógico se convierte francamente en “empirismo lógico”, en el cual, en una aparente posición “antiidealista”, se vuelve a atrás a las raíces del positivismo de Comte y del empirocriticismo de Avenarius, deshaciéndose de los elementos psicológicos y empiromonistas; y, a partir de “lo empíricamente dado a la experiencia” (la razón pura objetivada). La descripción de la realidad aceptada ya como los fenómenos realmente existentes fuera del pensamiento, se efectúa “operacionalmente”; es decir, echando mano de los conceptos de las ciencias, pero no de éstos como reflejo objetivo de una realidad objetiva, sino tan sólo como “conceptos cómodos” para describir la realidad con la mayor exhaustividad.
De esta vuelta a los mismos orígenes berkeleyanos (como lo hizo ver Lenin desde 1908), aparecieron a principios del siglo XX dos sistemas filosóficos más en esta corriente empírico-criticista: el racionalismo crítico del filósofo idealista George Santayana (1863-1952), difundido entre 1920 y 1940, en donde, por “realismo”, entre los pensadores burgueses e idealistas, se sustituía en la historia de la filosofía, el pensamiento filosófico materialista, por lo que el concepto de “realismo crítico”, con discreción, puede traducirse como “materialismo crítico”, en el que se admitía la existencia objetiva del mundo material; y con este concepto se inició una corriente “postpoitivista”, que llega hasta nuestros días.
En el pensamiento idealista subjetivo de Santayana, de ese mundo material objetivo sólo se podía conocer sus “esencias” (las cuales, como “los Universales” en la Edad Media), las pretende como realidades objetivas, formando el conocimiento a partir de las “estructuras cognitivas”, en donde se dan tres elementos: el sujeto, el objeto, y “lo dado” o “esencia” (de una naturaleza material distinta a la de los objetos), lo cual se obtiene como certeza inmediata. Evidentemente, estas ideas se contraponían a la teoría del reflejo de la gnoseología del materialismo dialéctico.
Y apareció, a su vez, difundida entre 1940 y 1980, el racionalismo crítico de Karl Popper (1902-1994), como oposición al positivismo lógico luego de pasar por su influencia. Al criticar al empirismo positivista, pareció adoptar posiciones científicas, pero por oposición al principio de verificabilidad en las hipótesis de la ciencia, expuso su “principio de falsabilidad” (es decir, en donde todo en la ciencia es hipótesis, y una hipótesis podía sostenerse, hasta demostrarse su falsedad), no obstante, fue en ello donde encontró su principal limitación, pues al reducir todo conocimiento científico a hipótesis no exenta de error, no se podía explicar el desarrollo científico dado en la verificación de la hipótesis y la veracidad objetiva.
Se hace importante observar que en la propuesta de Popper, se rescata la idea del “racionalismo”, pero, en este caso, ya no en su contenido gnoseológico cartesiano, sino como el razonamiento lógico simple; y, en ese sentido, lo “crítico”, redundante con lo racional en tanto lo lógico, parece tener reminiscencias kantianas que hablan de un “racionalismo, de una razón, o de una lógica trascendental”, que queda muy matizada en el planteamiento “convencionalista” de la filosofía de Popper; es decir, convencionalismo por el cual, según éste, la elaboración del conocimiento científico es un “convenio entre científicos”, dados en la comodidad o sencillez de las teorías; negándose así, el carácter objetivo del conocimiento. En este convencionalismo, en donde el conocimiento es resultado, pues, del subjetivismo, el racionalismo crítico popperiano se demuestra esencialmente idealista subjetivo. Y es así como se hacen justo esas otras denominaciones por las que el racionalismo crítico es a su vez conocido (particularmente con los dos primeros nombres): como “empirismo crítico”, “criticismo”, o “falsacionismo”.
En el subjetivismo de la filosofía del racionalismo crítico popperiano, apareció la idea del carácter insuficiente de la estructura formal de la ciencia, y ya desde los años setenta se propuso la necesidad de la interdeisciplinaridad de la misma, en un diálogo no sólo entre científicos, sino entre la ciencia y la no-ciencia*. Al final, su vuelta confusa al empirismo, al criticismo kantiano, al subjetivismo convencionalista del conocimiento, así como sus posiciones contra la veracidad objetiva y pronunciamientos contra el marxismo, lo condujeron a la negación de la posibilidad del conocimiento de la verdad objetiva, cayendo en un relativismo extremo del conocimiento, constituyéndose en fundamento de las filosofías contemporáneas más reaccionarias y abiertamente oscurantistas, de la llamada “posmodernidad”, en ese salto del siglo XX al siglo XXI, como los son en el llamado “pensamiento complejo”, o el conocido como “pensamiento crítico”.
Finalmente, de manera simultánea a los desarrollos del empirismo-criticista del idealismo subjetivo, aparecieron entre los años treinta a cuarenta del siglo XX, posiciones filosóficas revisionistas del marxismo, que pretendidamente materialistas dialécticas, se alinean con muchos puntos coincidentes con ese empirismo-criticista del idealismo subjetivo, y siendo, en realidad, no más que formas disfrazadas de lo mismo. Es el caso de los “desarrollos” gramscismo (usando sinónimos de las categorías fundamentales del marxismo, y tergiversando en ello su esencia); de la aparición de la gran cantidad de filósofos de la “Escuela de Frankfurt” en la llamada “filosofía de la superestructura”, y más conocidos como “neomarxistas”. Y el denominado “marxismo crítico”, en donde la redundancia en la que lo marxista, por excelencia crítico (en el sentido lógico-deductivo), no necesitaría, entonces, del énfasis de “lo crítico”; por lo que hay ahí, por definición, un error en el absurdo, y, además, una clara filiación a las posiciones idealistas subjetivas del empirismo criticista (que fácilmente se pueden hacer ver en el análisis crítico, lógico deductivo, de sus autores, objeto de tratamiento en otro lugar).
* “Nuevo Organon”, o nueva lógica, desarrollando el viejo “Organon” o vieja lógica formal aristotélica, establece una nueva forma de pensar en el proceso de la investigación científica.
* Idea retomada por la “posmoderna” y oscurantista filosofía del llamado “pensamiento complejo” de Edgar Morin, expresada en éste como el “diálogo de saberes”.